Piedad, una abuela venezolana que emigra tras las elecciones de Maduro

El viaje a Estados Unidos es doloroso, dice Piedad, pero busca esperanza para sus nietos fuera del régimen autoritario de Maduro.

Por Cinthya Alvarado Enríquez

Caminante no hay camino, se hace camino al andar…

Así representa la vida el gran poeta Antonio Machado, interpretada por Joan Manuel Serrat en el interludio de su Cantares, Caminante no hay camino.

 

Sentada en una jardinera del parque central de Tapachula, conversé con Piedad, una mujer migrante, abuela, que hace dos meses salió de Venezuela con la esperanza de llegar a los Estados Unidos.

“Solo tengo dos días, duré viajando por El Darién, voy para dos meses de haber salido de Venezuela. Me tocaron muchas lluvias, siempre hay secuestros, robos, nos tocó fuerte, he perdido un poco la movilidad, muchas subidas, bajadas, muchas rocas. Estoy un poco lesionada de la rodilla”.

Me enseña con su bastón la rodilla.

“Viajé con mis nietos, las esposas de mis hijos y unas personas más que se agregaron. Salimos un grupo de casi 30 personas, pero las personas van avanzando y tú te vas quedando atrás, pero tu familia no te deja sola» comentó mientras se secaba las lágrimas.

En Costa Rica, Piedad fue atendida por Médicos Sin Frontera. «Me fue muy bien, me examinaron, me dieron medicamentos, porque yo sufro de tensión –presión arterial–. Nos trataron bien en Nicaragua, en Honduras, no hemos tenido ningún problema, gracias a Dios, en Guatemala muy bien también, ninguna irregularidad. Al llegar a México, el cruce del río Suchiate, nos fue bien igual, pero el reto es cruzar el país».

 
 

Caravana en curso, salió desde el 28 de julio

El resultado, a todas luces fraudulento, de las elecciones en Venezuela arrojó hacia Centroamérica cientos de miles de venezolanos que van contra reloj. «La idea es llegar a Estados Unidos antes de la toma de posesión del nuevo presidente, que sería un poco más complicada para la emigración”, dice Piedad, que busca con ansias la cita del programa CBP One.

“Sí hemos tenido noticias de grupos de personas que han estado esperando la cita y sí les ha llegado y han pasado bien, esperemos contar con la misma suerte».

¿Usted votó en las elecciones?

“Sí participé en las elecciones de Venezuela, eran mares de personas, muchísimas personas salieron a protestar, no estaban de acuerdo con el gobierno de Nicolás Maduro, todos queríamos un cambio. El mundo estaba un poco paralizado observando lo que pasaba, muchas personas salían a la calle a protestar, a luchar, mucha gente bajó de los barrios, pero igual se impuso Maduro. Sí teníamos esperanza del cambio, no tanto quizá por mí, sino por mis nietos, porque ya uno ha vivido, ya soy de la tercera edad, pero sí quería el cambio para ellos”.

¿Qué sintieron cuando al final se impuso Maduro?

“Bueno, pues mucha tristeza, mucha tristeza, eran muchísimos venezolanos que se volcaron a la calle a votar por el cambio.

¿Cómo se logró imponer?

Totalmente no sabemos, pero pues él quiere seguir siendo el presidente. Después de las elecciones fue mucha la oleada de migrantes, fueron muchos los que decidieron salir, exponiendo sus vidas, cargar con los niños, pasar mucha necesidad, pero ahí vamos.

Cuando salió usted de su país, ¿qué sintió? -Se aprieta los labios, se esfuerza por hacer audible su voz:

“Pues uno siente tristeza”, dice con la voz quebrándose, asiente con un puchero y los ojos llorosos. Le digo, es triste dejar sus raíces, su historia, la familia…

Se tapa la nariz y suelta el llanto. Continúa asintiendo y, con los ojos, parece añorar esa vida de la que se desprendió. Suelta el sentimiento y cuando extiende su mano y asoma la sonrisa para presentarme a un niño:

“Éste es mi nieto, el más pequeño” -acaricia una cabeza abombada de cabellos rizados, un niño de apenas dos años y medio, al que le acerca una botella de agua. Y aún con los ojos mojados, mira al horizonte para decir que en su corazón hay tristeza.

Caminante no hay camino…

Verdades dolorosamente evidentes, reflejadas en la dura travesía de miles de migrantes que cruzan nuestros países, desde Ecuador, Colombia, Nicaragua y Venezuela, de donde parten. Llegan en barco o avión, para luego continuar su viaje en autobuses, lanchas, a pie, en cámaras de tractor y, nuevamente, a pie en México. En este país, la política migratoria, ya sea escrita en papeles o anunciada desde un atril, parece no tener valor. El migrante siempre ha sido reducido a un número, un sacrificio ofrecido desde la cúspide de la pirámide a los altos poderes del gobierno vecino y el propio.