Es evidente que el sistema judicial en México no funciona, pero porque el sistema político tampoco. De hecho, es este último el que está podrido.
Ya hay un ambiente sumamente turbio para México, permeado por la urgencia de AMLO de la reforma al Poder Judicial.
Por Jorge Octavio Ochoa
A la luz de Ayotzinapa, cada vez que López Obrador diga que el Poder Judicial “está podrido”, escupe al aire. La justicia tras seis años de su gobierno es, un 90 por ciento, omisa y ciega. Hubo un crimen de Estado y su administración cerró el caso con un carpetazo a la verdad histórica, que dejó la situación peor de como estaba.
Trasluce el encubrimiento a las fuerzas armadas y cero respuestas a los padres de los desaparecidos. Ese es el escándalo que quiere apagar el todavía presidente, con otra bulla mediática no menos importante, pero que bien pudo esperar algunas semanas para no ensuciar la sucesión a la presidente electa.
Hoy, en estos días y en estas horas, hay un ambiente sumamente turbio para México. El desplome del peso se ha visto acompañado por amenazas de salida de capitales, suspensión de inversiones extranjeras y sensible deterioro de las relaciones bilaterales con el gobierno de Joe Biden.
Esa inexplicable urgencia es lo que ha permeado el debate de las últimas dos semanas. Morena tiene una mayoría calificada innegable, que pudieron aprovechar en mejores circunstancias. Sin embargo, sólo le han dado una ficha de cambio a los escuálidos PRI, PAN y MC para que pongan un último, pero fundamental ladrillo.
Lo peor para Morena y sus aliados, fue la exhibición que dieron en la Magdalena Mixhuca. Si bien la lealtad es uno de los valores más preciados en el ser humano, hay una fina línea divisoria entre ésta y la abyección. Peor aun cuando lo hacen de manera arrogante y soberbia. Quizá por eso, Ebrard pidió licencia anticipada.
Los nuevos diputados de Morena pasaron de la lealtad, al envilecimiento y la indignidad. Se olvidaron totalmente de lo que es la división de poderes, bajo el coro “¡Es un honor, estar con Obrador!”, que ahora retumba cada día en los oídos de Claudia Sheinbaum, como un recordatorio de que ella no es la líder.
El artículo 49 de la Carta Magna quedó aniquilado con esas expresiones, que avasallaron en un primer momento a la oposición y a más de 40 millones de mexicanos, pero ahora dejan en calidad de secta fanático-política a los Lópezobradoristas.
“Es un honor, estar con Obrador”, gritan una y otra vez en cada acto, y coloca a cada uno en su lugar. No le rinden pleitesía a Claudia. De hecho, nadie notó su ausencia en estos días, en que los diputados aprobaron el dictamen de la reforma judicial. Bien pudo irse toda la semana sin que la sintieran. La rendición es hacia él.
En sus últimas horas, el todavía presidente López Obrador ha colocado como un asunto de vida o muerte la remoción de los ministros de la Suprema Corte. Hace evidente su sed de venganza, por no haber podido imponer a Arturo Zaldívar, primero, y a Jazmín Esquivel, después, como presidentes de ese poder.
Ahora van a navaja abierta en la sesión del martes, como si eso fuera a cambiar la realidad del país. Se ha metido a los mexicanos en una olla de presión. Todo para darle un último “obsequio” al mandatario. Su feligresía quiere inscribirlo en letras de oro, para inmortalizarlo.
Otros, más ambiciosos, tabasqueños al fin, salen con la sorpresa de que “Andy”, el de la fábrica de chocolates Rocío, registrada en algún lugar de Estados Unidos que es paraíso fiscal, será nominado a la Secretaría de Organización de Morena, y así recalcar quien manda rumbo al 2030.
Para que no quede duda de la abyección, ahí está la patética Luisa María Alcalde, secretaria de Gobernación, que convirtió una rutinaria entrega del VI Informe de gobierno, en un mitin de campaña al puro estilo del PRI. Ella gritoneó, desaforada, pero sólo nos hizo recordar sus épocas de porrista en la micro o la “pesera”.
Otra noche negra
Nos preguntamos nuevamente: ¿Qué cambiaría una reforma de esta naturaleza frente al México impune en el que vivimos? ¿Qué cambiará en la vida de los chiapanecos que han sido desplazados de sus pueblos por el crimen organizado y ahora viven refugiados en Guatemala?
Se habla de atribuciones. ¿Cuándo intervino el todavía presidente para detener esa desgracia, que ocurre también en Guerrero, Quintana Roo? No quiso siquiera ir a Tláhuac y Acapulco para solidarizarse con los damnificados de la inundación y de un huracán, para no “manchar” su ínclita investidura.
¿Qué reforma judicial puede recetar? Lo peor: ahora, para contrarrestar las manifestaciones de estudiantes de la UNAM, enrolan halcones y porros, disfrazados de estudiantes, para amenazar, más que protestar, contra Norma Piña. Andrés Manuel ha sido abusivo con las mujeres: con Xóchitl, con Piña, Lily Téllez.
Ciro Gómez Leyva nunca señaló a López Obrador como el autor intelectual del intento de asesinato que sufrió. Pero es evidente que sí puso la tea que encendió la hoguera cuando empezó a exhibir datos privados y personales de muchos comunicadores y líderes políticos.
Sembró el odio con acusaciones descontroladas, desaforadas, como ocurrió también con las tiendas de conveniencia, que supuestamente se beneficiaron con electricidad casi regalada. Las franquicias de Oxxo se convirtieron en el objetivo del fuego, de células criminales en Michoacán o Guerrero.
Bajo estas reflexiones, podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que esta semana estará en juego no sólo el sistema judicial. También el sistema político entrará en un estrecho camino sin retorno pues, si alguno de los tres partidos opositores se quiebra, correrán el mismo destino que el PRD.
PAN, PRI y Movimiento Ciudadano deberán tener a la mano sus listas de suplentes para cubrir la ausencia de cualquier senador que quiera abdicar. Aquel que aporte el voto que le falta al oficialismo será repudiado por más de 40 millones de mexicanos.
Con qué autoridad moral nos quieren vender esta reforma, si dos de los principales impulsores de la misma, López Obrador y Marcelo Ebrard, han estado involucrados en episodios siniestros del México violento en que vivimos desde hace años por culpa del narcotráfico, que derivó en cárteles más cruentos y organizados.
“La oscura noche de Tláhuac”, ocurrida hace 20 años, es el ejemplo más claro de cómo el todavía presidente ha pretendido torcer la ley a su voluntad. AMLO era jefe de gobierno del DF y Marcelo Ebrard Secretario de Seguridad. Tres agentes de la Policía Federal Preventiva fueron linchados de manera salvaje y cruel. Dos murieron.
El pueblo de San Juan Ixtayopan, en Tláhuac, hizo recordar otro linchamiento, el de San Miguel Canoa, en Puebla. Así en la última semana, murieron linchadas 3 personas en dos hechos diferentes en el estado de Puebla, entidad que ocupa los primeros lugares a nivel nacional en este tipo de eventos.
En el caso de la noche de Tláhuac, ¿qué aprendieron Andrés Manuel y Marcelo para mejorar los mecanismos de aplicación de la ley e impartición de la justicia? El propio AMLO se resistió a la remoción de Ebrard, que ordenó Vicente Fox, entonces presidente de la república.
Visto en el microscopio social, aquellos hechos son el virus de lo que hoy ocurre en todo el país: Los agentes federales hacían una investigación para localizar redes de narcomenudeo, pero “halcones” o “jilgueros” del crimen organizado corrieron la voz para hacerlos pasar como “robachicos”.
Sumidos en la ignorancia y el terror por la violencia latente desde entonces, los pobladores se sumaron a la furia ciega. Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard dejaron pasar las horas, pero el apoyo de la Jefatura de Gobierno nunca llegó.
¿Qué reforma de justicia habría servido para detener esto? Igual que lo hace ahora, en aquel entonces López Obrador condenó, un día después, la violencia, y pidió “no politizar” los hechos. Esto, para defender a su amigo y tratar de mantenerlo en el cargo.
Sin embargo, los mismos pobladores revelarían tiempo después, que en Tláhuac pululaban (si no es que todavía) decenas de “narcotienditas” y existían (o existen) grupos subversivos o de choque que se decían guerrilleros. La población denunció que la Procuraduría capitalina estaba involucrada.
Los pobladores afirmaron que la mismísima Policía Judicial era la que protegía a los narcotraficantes. En ese entonces gobernaba la demarcación el PRD. Rigoberto Salgado, era director de Seguridad Pública en Tláhuac. Presentó su renuncia y se fue de vacaciones.
Años más tarde sería delegado, por Morena. En Tláhuac aseguran que desde esos años opera ahí lo que hoy conocemos como “derecho de piso”, que parece la nueva fórmula con la que algunos políticos fondean sus campañas. Iguala es otro ejemplo, pero en Michoacán pululan los casos.
Por eso vemos que la reforma judicial que hoy busca AMLO, es el ejemplo perfecto de la demagogia de siempre. Cuando la ley se tuerce, no hay justicia que funcione. Desde hace 10 años, se sabe que en toda la CDMX existen más de 150 puntos de venta de todo tipo de drogas, conocidos como narcotienditas. ¿Qué han hecho?
La alcaldía Cuauhtémoc es otro ejemplo muy acabado de ese fenómeno. Ahí circula por igual las drogas, la prostitución, la trata, el narcomenudeo, la venta de mercancía ilegal o robada. Cientos de indocumentados se albergan en hoteles de paso de la zona. Las loncherías son sólo fachadas.
Todo ese tiempo reinó el hoy extinto PRD. Lo hizo con soberbia. El abuso que hoy exhibe Morena sin pudor, muy “sobrados” de sí mismos, es el mismo, bajo la creencia de que nada en la tierra detendrá lo que ellos decidan, como afirmó el plebeyo que ganará 171 mil mensuales en el Senado, Fernández Noroña.
Es evidente que el sistema judicial no funciona, pero porque el sistema político tampoco funciona. De hecho, es este último el que está podrido. Las cadenas de mando están penetradas en los tres niveles de gobierno. En todos los casos hay un alcalde, un regidor, un diputado, un gobernador involucrado.
Esa es la putrefacción que ahora toca las puertas de Palacio Nacional, a la luz de lo que queda en el caso Ayotzinapa. Carpetazo, encubrimiento de personajes. Eso es lo que quiere sepultar el todavía presidente con sus prisas por la reforma del poder judicial. Incendiar, escandalizar, para desviar la atención.
Lo que ocurrirá en octubre es algo más que un simple fin de sexenio. Es el término de un movimiento. Todos en Morena tienen claro que, sin él, ellos son NADA. No hay más figura carismática. Ellos mismos hacen parecer a Claudia como producto de una decisión vertical.
Es una imposición que viene desde el cerebro de ese, cuyo pecho no es bodega. Hoy nos pretenden imponer una reforma judicial que no tiene, siquiera, borrador de Ley Reglamentaria. Pero la decrepitud y moho todo lo penetra. Empezará a carcomer, y varios tendrán el mismo fin que el PRD.