Por Carmen Morán Breña
A su llegada al poder, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, puso en marcha una de las medidas que acreditaban su consigna más repetida: primero, los pobres. Se creo el organismo de Seguridad Alimentaria, Segalmex, una gran tienda de abastos básicos para llevar alimentos y otros productos a bajos precios hasta las zonas más necesitadas del país. Antes de otras consideraciones políticas, se trataba de paliar el hambre y las carencias que sufren millones de personas en todo México. Era urgente y se hizo. El Instituto para devolver al pueblo lo robado se inauguró también bajo un propagandístico nombre que no necesita más explicaciones. Ambas instituciones cayeron pronto en el profundo pozo de corrupción donde se ahogan las mejores voluntades en un país que no es capaz de sacudirse las mañas heredadas, quizá desde hace siglos. La gran lacra que impide prosperar a México, suele decir también el presidente, es la corrupción. Cuánta razón.
En este tiempo se han esfumado de Segalmex 15.000 millones de pesos bajo una gestión llena de oscuridades por la que la Fiscalía ha denunciado y detenido a mandos medios y bajos, el último la semana pasada, Jesús Óscar Navarro Gárate, secretario de Administración y Finanzas del organismo, quien sustituyó a René Gavira Segreste, prófugo de la justicia. El jefe de todo aquello, Ignacio Ovalle, se mantiene como funcionario de la Administración obradorista, pero ahora en otro lugar.
De las responsabilidades políticas se puede ir tirando hacia arriba, enlazando las cerezas hasta dar con el último, que podría decirse que es el presidente. Otra cosa son los delitos. De lo primero tendrán que hacerse cargo los ciudadanos en las urnas como les dicte su criterio, de lo segundo cabe esperar el mejor desempeño judicial, que suele dejar que desear. A los políticos de todo el mundo se les acusa de situar el horizonte apenas donde concluye su mandato, y siempre con medidas visibles y redituables. Los cimientos no se ven, pero son los que mantienen firme el edificio durante décadas, quizá durante el siempre que van a conocer sus contemporáneos. Pero en un país de urgencias, como México, donde paliar el hambre no puede esperar a que se formen en el sistema educativo varias generaciones, ni a que se organice un entramado económico de sectores productivos sólido, lo que algunos critican como asistencialismo puede ser una medida vital mientras lo demás llega. Ahí se puede enmarcar la existencia prioritaria de Segalmex.
Este Gobierno ha pretendido derribar la enorme red de corrupción y clientelismo a través de la cual se distribuían los recursos públicos, ya fueran becas de educación o cualquier otra ayuda para las familias. Generalmente, esos dineros van de arriba abajo y en el camino hasta los hogares más pobres se enredan en telarañas corruptas de cuello blanco, arriba, o caciquismos locales y de barrio, abajo, dejando un resultado descorazonador. De ahí otra de las famosas frases que más se escuchan en la mañanera cuando se informa de las ayudas de toda clase que reciben cerca del 70% de las familias: “Sin intermediarios, directo al receptor”, suelen decir. Pero no es fácil.
México adolece de un saqueo de las arcas públicas estructural del que acostumbran a acusar al sistema priista imperante durante décadas, hasta el punto de convertirlo en un adjetivo: ya no solo se acusa al PRI de corrupción, sino que todo aquello que es corrupto se califica de priista. Atravesado ya el ecuador del sexenio, las campañas electorales todavía se nutren del mismo grito que propició la llegada de este gobierno: hay que derribar el priismo, somos distintos, necesitamos un México nuevo, suele decirse, en el entendido de que el PAN, que gobernó algún tiempo, tampoco destruyó aquel sistema que se fue pudriendo hasta convertir un país prometedor en una dictadura perfecta.
Atrapada buena parte del sistema de justicia también en ese México antiguo, a la política se le aumenta la responsabilidad de vigilar lo que ocurre en sus organismos antes de que el delito se enseñoree de las instituciones mejor intencionadas, porque después ya se podrá hacer poco para paliar el desfalco y apresar a quien lo hizo. Pero ¿quién vigila a quien vigila? ¿Cuántos ojos deberían haber puesto para que Segalmex no hubiera acabado en un escándalo? En los momentos más pesimistas se diría que hay que arrancar de raíz el árbol entero del funcionariado y ver si con otra semilla crece uno nuevo fuerte y sin parásitos.