Los empleos ligados al narco son muchos más

Por Carmen Morán Breña

Todo México lo sabía, pero poner una cifra de cálculo científico sobre el papel es una bomba que estalla en la cara de los gobiernos: 175.000, ese es el número de personas que trabajan en el narcotráfico. Después vienen las comparaciones, para que no se apague el asombro: son más que las que se desempeñan en la petrolera estatal, Pemex, que hasta hospitales tiene para su gente. O que en las tiendas de conveniencia Oxxo, que hay una en cada esquina de cada ciudad de México. Y después llega la negación: “Eso es falso y lo puedo probar”, dijo el presidente Andrés Manuel López Obrador. El estudio lo ha publicado el investigador mexicano Rafael Prieto Curiel nada menos que en la revista Science, con datos sobre homicidios, personas desaparecidas -o sea, reclutadas por el crimen- e ingresos a las cárceles. Matemática y solo matemática, con sus complejos modelos estimativos.

El presidente podrá, si tiene más información, refutar que el narco es el quinto empleador de México, como sugiere esta investigación, y decidir que ocupa el sexto o el séptimo lugar. Y qué más da. Es tal la ciénaga en la que el crimen organizado está hundiendo al país que no se comprende del todo cómo a alguien le quedan ganas de aspirar a la presidencia de la República. La cifra de Science no solo es espeluznante, sino que se queda muy corta, porque solo se han tomado los datos de los miles de jóvenes, adolescentes y mayoritariamente hombres, que están implicados directamente en la violencia, sea con el narcomenudeo, la extorsión, secuestros o el sicariato, por ejemplo

Pero hay más. Y todo el mundo lo sabe. Cuando en México uno abre una cerveza no puede saber cuánta de esa espuma amarga se convierte en dinero para el narco. Tampoco qué parte se llevan cuando se recarga el tanque del gas doméstico, ni cuando se consume marisco o pollo del mercado. Anteriores investigaciones de la agencia antidroga estadounidense, la DEA, la de las películas, ya ponían de manifiesto las decenas de negocios, con otros miles de empleados, que están en manos del crimen para lavar su dinero: hoteles, restaurantes, plazas comerciales, taxis, clínicas de estética, compañías agrícolas, cultivos, cantantes y sus promotores, medios de comunicación. Y ni hablar de los prostíbulos a plena luz en ciudades como Tijuana: table dance, les llaman, un enorme atractivo turístico para gringos sin escrúpulos.

Para qué seguir: en México uno no sabe a qué pistoleros está entregando el dinero ganado honradamente. Solo cabe relajarse y seguir tomando la cerveza con camarones. O como mencionaba a este periódico Luis Astorga, uno de los académicos más reputados en esta materia, si uno quiere garantías de que su dinero no acabe financiando al narco, más vale que compre una caña y coma solo lo que pesque a la orilla del mar.

Miles de empleos son del narco, y no precisamente relacionados con la violencia, sino con el ocio y el consumo básicos, con la salud y los fármacos, con la agricultura y la pesca. Y lo sabe todo el mundo, si hasta lo cuentan, aunque bajito, los tenderos en el mercado. Que la inflación en este país depende de que los criminales no tiren la producción de limones, encarezcan los aguacates o influyan en el precio de las tortillas. La ciénaga infinita.

La gracia es que, sabiéndolo todo el mundo, los bancos donde los criminales ingresan su dinero recién lavado no detectan la ilegalidad, tampoco las instituciones contra el fraude, porque el narco es buen pagador, y nadie investiga a quien paga sus impuestos modélicamente. En esa opacidad financiera se desenvuelven actividades donde caen atrapados jóvenes que deberían estar formando parte de la fuerza productiva legal del país. El dato más dramático del estudio de Science es que en 10 años, el 17% de las personas reclutadas mueren, o sea, un cementerio lleno de jóvenes, lo mismo que las cárceles. La conclusión del investigador es la urgencia de atajar los reclutamientos forzados o golosos que hace el crimen entre una población cada vez más adolescente, y ahí sí coincide el presidente Obrador, que repite siempre que la salida no es la guerra al crimen, sino las opciones para que los jóvenes no prefieran la trampa de una muerte temprana. Esta semana, en Zacatecas torturaron y mataron a seis chiquillos y en Chiapas, un pueblo salió a la carretera para saludar con alborozo a la procesión de vehículos de un cartel criminal. Como se recibía a los curas en los pueblos antaño: con alegría y esperanza de redención.