El gobierno de Donald Trump aumentó la altura de la valla, pero el flujo migratorio no cesó. En cambio, se comenzó a ver un aumento en la cantidad y gravedad de las lesiones de la gente que se cae. Desde El Paso, Texas, Infobae informa sobre ese costo humano
- Aumentan los casos de fracturas por caídas desde el muro fronterizo entre Estados Unidos y México
- Médicos en El Paso, Texas, tratan una de las lesiones más complejas: la fractura de pilón
- Las lesiones de columna y médula espinal se multiplican donde el muro es más alto, como California
El muro fronterizo, elevado a 9 metros de altura en algunas zonas, no ha logrado disuadir a los migrantes, pero ha provocado un gran aumento en las lesiones graves entre quienes intentan cruzarlo y caen.
El aumento en la altura no solo falla en disuadir la migración, sino que genera un incremento en las lesiones graves y costos extras en los hospitales locales, como el Centro Médico Universitario (UMC) de El Paso, que deben soportar el peso económico de atender a los accidentados. Más del 80% de los migrantes atendidos no completa su tratamiento, lo que agrava sus casos.
En zonas como California se ha registrado un aumento significativo en las lesiones de columna y médula espinal entre 2019 y 2021. En San Diego las caídas del muro provocaron 16 muertes en dos años.
Un caso cada dos días
No es hermoso, como prometió Donald Trump cuando dijo que lo haría más alto y más extenso: el muro fronterizo entre Estados Unidos y México es feísimo. Basta verlo —en El Paso, Texas, detrás de unos juegos para niños, por ejemplo— para sentir que los músculos de la cara se mueven solos y forman una mueca de desagrado. Al mismo tiempo, una cierta congoja, salida de la nada, nubla las ideas. Hasta los materiales con los que está hecho dan tristeza: en esas vigas se han reciclado plataformas de aterrizaje para helicópteros de la guerra de Vietnam y planchas para el deslizamiento de tanques sobre la arena de Irak.
La promesa que sí cumplió el ex presidente estadounidense —hoy en campaña para volver a serlo— es la de la altura de su muro: es pasmosa. El decreto del 24 de enero de 2017 reemplazó 727 kilómetros (452 millas) de barreras de entre dos y cinco metros (seis a 17 pies) por una pared de acero de hasta nueve metros (30 pies).
Un muro más alto iba a ser detener a los migrantes, se suponía. Por eso se aprobó un gasto que, según el Departamento de Seguridad Nacional (DHS), llegaría a USD 21.600 millones. (Otros cálculos triplican el presupuesto.)
Pero en diciembre de 2023 la Patrulla Fronteriza (CBP) detuvo a casi 250.000 personas en el cruce de la frontera de México a Estados Unidos, el total mensual más alto hasta entonces. En el año fueron 2,4 millones.
Mientras la vida real siga su curso, un muro nunca disuadirá a ninguna persona desesperada, que se pondrá a pensar en como improvisar una escalera más alta.
Entonces, ¿para qué sirve el muro?
Un grupo de médicos descubrió que tiene un uso muy inesperado: fomenta la especialización en la fractura de pilón. Lo contó Adam Adler, cirujano ortopédico del Centro de Ciencias Médicas de la universidad Texas Tech Health El Paso y del Centro Médico Universitario (UMC) de la ciudad:
—Probablemente tenemos más experiencia en algunas de estas fracturas que la mayoría de los centros médicos del país debido a la gran cantidad de casos que tratamos. No es muy común que la gente caiga 6 metros (20 pies). Pasa, pero no pasa mucho. Puede que estemos entre los mejores centros del país para esta lesión.
Una fractura de pilón ocurre a la altura del tobillo: se rompen los huesos que forman la articulación, la tibia y el peroné, donde se soporta el peso del cuerpo. La fractura lesiona tendones, ligamentos y otros tejidos blandos. Requiere cirugía y una complicada rehabilitación.
Según Alan Tyroch, director del Departamento de Cirugía de Texas Tech Health El Paso, entre el 1 de julio de 2023 y el 30 de junio de 2024, de los 248 pacientes derivados a traumatología del hospital, casi el 70% había caído del muro fronterizo. Fueron 172 casos en un año: casi uno cada dos días.
Más lesiones a lo largo de toda la frontera
En California, Arizona y Nuevo México —los otros estados que limitan con México— se ha observado lo mismo que en Texas: una suba espectacular de las lesiones por caerse de altura. Como en California se encuentran los tramos más elevados del muro, de nueve metros (30 pies), no sólo se quintuplicaron los casos entre 2019 y 2021 sino que cobraron gravedad. La universidad del estado en San Diego (UCSD) publicó la primera investigación al respecto, de Amy Liepert. Sus cifras, locales, mostraron que también se habían registrado muertes de personas que cayeron del muro: si antes de 2019 no había sucedido ninguna, en los dos años que siguieron contaron 16.
Las cifras no mejoraron. Los médicos de UCSD encontraron una relación directa entre el aumento de la altura del muro y el aumento de pacientes que recibía el centro de trauma universitario de San Diego: de 42 casos en 2019 a 440 en 2023. Más de diez veces.
La frontera se convirtió en cuna de una especialidad médica. Cuando hay suerte. En otros casos, como el de la joven guatemalteca Heidy Poma Pérez, funciona como una tumba sin metáfora.
En la noche del 21 de marzo de 2024 la mujer de 24 años trepó y quedó colgada a nueve metros. Los agentes de CBP llamaron a los bomberos y rechazaron la oferta de una escalera que hizo un lugareño. El rescate llegó a los 14 minutos, pero del lado equivocado del muro, que no está exactamente sobre la línea de frontera sino dentro del territorio de Estados Unidos. Allá fue el carro de Fire Rescue a dar la vuelta, y se tardó otros 10 minutos, y en ese tiempo Poma Pérez se quedó sin fuerza para sostenerse.
Otro estudio de UCSD, realizado en 2022, encontró que las modificaciones al más alto causaron ”lesiones de columna más frecuentes, graves y costosas”. Las vértebras, la médula. Alexander Tenorio, autor del trabajo, escribió en una columna para Los Angeles Times: “Como neurocirujano que trabaja en San Diego, puedo dar fe de que estamos viendo no sólo más sino también nuevos tipos de lesiones neurológicas, incluidas lesiones cerebrales y cerebrovasculares traumáticas, que dejarán a las personas incapacitadas para trabajar y cuidar de sus familias. Los horrores que estamos viendo ahora se deben a la altura del muro”.
—Aquí la mayoría de las lesiones por caídas del muro son fracturas de las extremidades inferiores —contó en El Paso Brian Elmore, director médico de Hope Border Institute—. La fractura de pilón, que a menudo se asocia con una fractura en la columna vertebral inferior y una fractura del talón.
—La gente cae de pie —dijo Adler, el especialista de Texas Tech Health El Paso—. Así que cuando aterrizas sobre tus talones, se destroza el hueso. Como no hay mucho músculo, porque el tobillo es delgado a diferencia de la pantorrilla, por ejemplo, hay más riesgo de que el hueso atraviese la piel. Además donde no hay mucho tejido blando, hay menos suministro de sangre, algo realmente importante para la curación del hueso.
Una complicación adicional es que los migrantes no van a El Paso: se lesionan en El Paso, pero sus familias los esperan en cualquier punto de la enorme geografía de Estados Unidos. El Paso era eso antiguamente; incluso Ciudad Juárez —la localidad mexicana con la que forma una sola ciudad, porque la frontera es más un tejido que una línea divisoria— se llamaba El Paso Norte. Eso hace que una ínfima minoría de los pacientes regrese para completar sus cuidados.
Porque una fractura de pilón no se arregla con un yeso, ni se opera en el día. Los pacientes suelen recibir tres meses de tratamiento (la mayor parte ambulatorio), aunque no tengan seguro médico, debido a la gravedad del cuadro.
¿Por qué los pacientes no completan el tratamiento?
Entonces: alguien cae de pie, le estalla el talón y se le destroza el tobillo. Lo recoge la patrulla fronteriza, o un buen samaritano, o una ambulancia, y lo dejan en la sala de emergencias de UMC.
—El tratamiento inmediato para la mayoría de la gente será ponerle un dispositivo externo que mantiene todos los huesos en su lugar —describió Elmore—. La persona está demasiado hinchada como para poder ir a cirugía para la fijación interna. Entonces se les da el alta y van a un centro de acogida.
Diversas organizaciones dan refugio a los migrantes en El Paso, como Annunciation House, donde Rubén García lleva décadas ayudando a quienes considera los desposeídos entre los desposeídos: los migrantes. Por ese trabajo, el fiscal general de Texas, Ken Paxton —un cruzado contra la inmigración igual que el gobernador del estado, Greg Abbott— lo ha llevado a la justicia colgado de una ley de protección al consumidor que no convenció al primer tribunal. Pero Paxton apeló, porque su objetivo es cerrar el albergue y, según dicen los directivos de otros, sentar un ejemplo.
Sigue Adler:
—En dos o tres semanas la persona regresa para operarse. Y una vez que la operamos, queremos hacerles un seguimiento de al menos tres meses.
Y ahí todo se va al demonio. A lo largo de los 3.100 kilómetros (1.900 millas) de la frontera, los seguimientos se logran sólo entre el 12% y el 15% de los accidentados atendidos. Es decir que más de ocho de cada 10 no hace los controles y se ignora si accede a la rehabilitación.
—Muchos tienen familia en otros lugares: El Paso es sólo el lugar donde se lesionaron. Hemos tenido pacientes que iban a Los Ángeles, a Miami, a Nueva York, a Chicago. Hay muchas razones por las cuales las personas no regresa para el control, y una de ellas es que se van.
Las consecuencias son malas. “El 80% de las personas que sufren una fractura de pilón mostrarán evidencia de artritis en rayos X en uno o dos años. Pueden no ser sintomáticas, pero es probable que progresen y se sientan en algún momento”, ilustró Adler. Otros problemas derivados de la falta de control luego de la cirugía son los riesgos elevados de infección y de ruptura de las heridas.
—Estas lesiones, incluso para alguien con seguro, que puede hacer los controles y la terapia física, pueden ser muy debilitantes —aclaró Elmore—. Un buen porcentaje de las personas puede no trabajar durante años. Mucho peor es para alguien que no tiene acceso.
En ocasiones los médicos adaptan los protocolos en previsión de que el paciente no volverá. Por ejemplo: si la fractura parece candidata probable a la artritis, la persona va a necesitar una cirugía posterior, de fusión de tobillo. ¿Tendrá en su momento la posibilidad de para hacerlo? En esos casos se les ofrece también la opción de hacer una esa cirugía de fusión de manera temprana.
El Paso paga el costo
El Paso marca el comienzo del oeste de los Estados Unidos, el de las películas. Después de las planicies de Texas, aparecen la montaña y el desierto. La ciudad, baja y extendida, tiene un cielo azul perfecto, sin nubes, y en sus calles se ven muchos Ford Mustang, un diseño clásico de autos deportivos.
Es difícil encontrar a alguien que no tenga familia o amigos, o las dos cosas, en Juárez, como llaman a la ciudad hermana. No sólo Texas era territorio mexicano en el pasado sino que hoy el castellano domina las conversaciones: las dos terceras partes de sus 700.000 habitantes lo hablan, igual que en Miami, apodada la capital de América Latina en Estados Unidos. La gente cruza la frontera de un lado al otro para trabajar, ir de compras, salir de copas.
Está pegadita a Nuevo México, tanto que el pico Cristo Rey, ubicado en ese estado, es un sitio habitual de trekking para los paseños. El cerro es uno de los pocos lugares donde no hay muro, porque la naturaleza se opuso.
—Hay inmigrantes que intentan cruzar y hay senderos para andar —lo describió Elmore, el director médico de Hope Border Institute—. Es mi lugar favorito para correr o caminar. Es un lugar de recreación pero también es un lugar de muerte. Este verano vimos el mayor número de muertes por calor en la historia de El Paso.
Hubo más de 30 días seguidos en los que la temperatura no bajó de 38ºC (100ºF); el calor es tan seco que uno no se da cuenta de que está sudando, porque cualquier humedad en la ropa desaparece. Muchos paseños suelen dejar agua embotellada para los migrantes en el desierto.
—Hay menos migrantes que cruzan, pero una proporción mayor de ellos está muriendo —dijo Elmore—. El Paso es muy diferente a otras zonas donde los migrantes cruzan por el desierto: el relato tradicional es que lo hacen lejos de las ciudades, como en Arizona, pero aquí estos migrantes están cruzando a 400 metros (un cuarto de milla) de la ciudad. Y se están muriendo.
El costo de atenderlos, a los caídos del muro y a los deshidratados, le toca al municipio, y El Paso es una localidad de pocos recursos. Se cuenta entre las 23 áreas metropolitanas de Estados Unidos con más del 20% de pobreza.
Un estudio local, realizado por Hanna Riva, Michael Polmear y otros, mostró que cada paciente tratado en 2019 costó USD 121.570. La cosa empeoró cuando vino la inflación post Covid y a la vez aumentó la cantidad de personas accidentadas. Algo parecido sucedió en California, donde los costos hospitalarios de la gente que cae del muro “han aumentado un 636% y pasaron de USD 11 millones en el periodo 2016-2019 a USD 72 millones entre 2020 y 2022″, según un análisis de Tenorio en 2024.
Las políticas migratorias son federales, y en el caso de Texas, también estatales, porque el gobernador Abbott impone sus propias medidas, como la ley SB 4, que le daba atribuciones sobre la frontera y fue apelada por el gobierno del presidente Joe Biden. Pero en El Paso la cuenta de esas políticas la pagan los paseños porque UMC es un hospital público sostenido por el condado.
Y para las caídas desde gran altura, UMC “es el único centro regional de traumatología de Nivel 1 en 400 killómetros (250 millas) a la redonda”, explicó Adler. El hospital cubre casi el 15% del total de la frontera entre Estados Unidos y México. Hacia el norte hay que manejar tres horas hasta Albuquerque; hacia el oeste, cuatro y media hasta Tucson; hacia el este, ocho hasta Austin o San Antonio. Al sur hay otro país.
Historia de una migrante fracturada
Ana no se llama Ana, pero todavía espera sus papeles y pide la reserva de su nombre. Es una de las personas que se lesionó en el muro cerca de El Paso, pero no logró recibir atención médica y se quedó con una molestia para toda la vida.
A mediados de 2023 salió de Guatemala, su país de origen, con la intención de llegar a Estados Unidos: “Mi transcurso fue grande. Yo venía con unos 500 de allá, pero poco a poco se fueron quedando y a otros el coyote los vendió a la policía”. Estuvo secuestrada ocho días en Ciudad Juárez (“a mis compañeros que estaban ahí pues les sacaron su dinero”), evidentemente con anuencia de su guía, y una mañana de septiembre le dijeron que iban a cruzarlos, por Santa Teresa, Nuevo México.
—Me subí al muro. Y vino un guía y me jaló. Caí abajo, con todo mi peso. Me quebré mi tobillo, me dolía mucho también la planta del pie. Se me zafó mi brazo. Pero estaba la perrera y nos tuvimos que quedar allí como dos horas.
En el tiempo que la patrulla fronteriza se fue a vigilar otra zona, su pie se hinchó desmesuradamente. El coyote decidió que era un riesgo llevarla, y ordenó que otra guía la pasara por un hueco, más lejano, y la devolviera a Ciudad Juárez.
—No me auxilió, a puro brinco llegué al carro. Nos paró la policía, ella les dijo que yo me había caído del muro y que llamaran al mero coyote, a Don Chucky, que él les daba la mordida.
Ana quedó aislada en una cabaña, por la cual vio desfilar a otros migrantes durante dos meses. A veces le llevaban comida. Su hermana debió pagar una fortuna por los analgésicos que le dieron.
—Pero mi pie, hinchadísimo. Lo tenía verde, rojo.
Al fin le avisaron que volverían a cruzar la frontera. “Ya no fue por Santa Teresa. Me tiraron por un cerro, tenía una cruz”, describió, probablemente el monte Cristo Rey. Es el único lugar en esa zona que no tiene muro.
—Empezaron a subir al cerro, pero yo no podía porque me dolía la pierna, me dolía el pie, me molestaban los zapatos. me dijeron “Aguante a llegar”. Pero yo no podía. Me dijeron: “La esperamos en la vía del tren”.
Pero Ana no encontró las vías. Ni nada. Se perdió.
Llamó a su hermana, en Los Ángeles, y le envió su ubicación. “Estás en Estados Unidos”, le dijo. “Ya pasaste”.
Apareció otro grupo de migrantes, el guía se le acercó. Ana desconfiaba, pero aceptó su ayuda: no tenía alternativa. “Ese me trató bien, me dio de comer, me cuidó”, recordó. Y la dejó en un lugar donde podría entregarse a las autoridades.
—Rapidito llegaron los de migración, uno me cargó hasta la patrulla. Primero me llevaron a la celda, me quitaron todo menos el pantalón y la camisa. Después me trajeron una silla de ruedas y fuimos al hospital. Me tomaron radiografía y salió quebradura. Me regalaron muletas. Después mi hermana pagó terapias porque tenía que volver a enseñarle a mi pie.
Ana fue aceptada como solicitante de asilo. Cambió El Paso por una localidad en el noreste de Estados Unidos, donde conoció el invierno. “Me molesta por el frío, el zapato debe ser especial. Estoy trabajando, como se dice, con papeles falsos, porque todavía tengo que esperar una nota de inmigración. Pero lo que pasa es que yo tengo hijos pequeños en Guatemala, y tengo que mantenerlos”.
Por qué los migrantes se caen del muro
El muro comenzó en los noventa —George H. W. Bush y Bill Clinton, un republicano y un demócrata, fueron los presidentes que lo iniciaron— y tuvo diversas formas: barreras, vallas peatonales, vigas ancladas al suelo en forma de X, paneles de acero rellenos de concreto. Hoy es una sistema que suma tecnología —hay más de 465 torres de vigilancia con sensores e iluminación, algunas de las cuales emplean inteligencia artificial—, las patrullas del CBP y obstáculos, como alambre de púas, en el río.
Quizá no sea una coincidencia que 1986 haya sido el último año en que el Congreso de Estados Unidos se puso de acuerdo para votar una ley de inmigración, durante la presidencia de Ronald Reagan. El muro y las medidas anti inmigrante aumentaron durante el gobierno de George W. Bush, con el argumento de la seguridad interior tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, y Barack Obama se convirtió en el mandatario que más personas deportó: 4,8 millones en sus dos períodos, una cifra que opaca el millón y medio de Trump, aun en una comparación del promedio.
Sin embargo, Trump trajo dos cambios notables a la relación de Estados Unidos con la migración: un discurso de odio que sólo ha intensificado en la campaña electoral 2024 y un muro más alto que no ha disuadido a los migrantes pero ha causado, en momentos de mucha afluencia de gente, crisis humanitarias.
El Paso conoce muy bien ambas cosas.
El 3 de agosto de 2019 Patrick Crusius bajó de su automóvil en el estacionamiento de un Walmart de la ciudad con un arma de asalto semiautomática, AK 47, y mató a 23 personas luego de publicar un manifiesto racista en las redes sociales: “Este ataque es una respuesta a la invasión hispana de Texas. Ellos son los instigadores, no yo. Simplemente estoy defendiendo a mi país del reemplazo cultural y étnico”.
Y en dos momentos —uno en 2018, otro en 2022— la cantidad de migrantes fue tan grande que los albergues no dieron abasto y hubo gente que vivía en las calles. Los servicios de emergencia de la ciudad, albergues como el Opportunity Center for the Homeless y Rescue Mission y hasta la patrulla fronteriza tuvieron que improvisar maneras de dar de comer y resolver la higiene y el sueño de una cantidad sin precedentes de personas, en su mayoría de Venezuela.
—Llegué a El Paso en agosto de 2016 y no recuerdo haber visto lesiones por el muro fronterizo —dijo Adler—. No era tan común. Al entrar en el periodo de 2018 a 2020 se empiezan a ver los casos y la tendencia.
Cuando, tras el decreto presidencial, se elevó la altura del muro.
Este médico ha visto “flujos y reflujos” de migrantes. “Se ralentizó un poco durante el Covid y luego volvió a aumentar. Pero no hay forma de predecirlo. Es algo que siempre está latente, ahí”.
El otro médico, Elmore, llegó a El Paso mientras estaba vigente el Título 42, un artículo de una ley de salud pública de 1944 que permite frenar la inmigración a Estados Unidos en nombre de la salud pública, y que Trump aplicó durante la pandemia. La gente que entraba era expulsada, aun si necesitaba pedir asilo. Muchos quedaron varados en Juárez, en albergues sobrepasados y en la calle.
—Me reuní con Dylan Corbett, el director de Hope Border Institute, con la idea de abrir una clínica para migrantes en Juárez. Durante un año estuvimos en un refugio grande, el Centro Integrador Leona Vicario. Luego nos expandimos a otros albergues y también hacemos clínicas de calle.
Elmore cree que la gente de cruzar la frontera haciéndola lo más peligrosa posible no funciona. Que cuando les pregunta a los migrantes por qué quieren ir a Estados Unidos, le responden señalando a sus hijos: para sacarlos del peligro, para darles oportunidades de educación y salud y trabajo. “Por mucho que se endurezca la ley, no va a impedir que la gente venga porque los mueve el amor por sus familias. La disuasión no detendrá a la gente desesperada. Sólo causará más muerte y más sufrimiento”, opinó.
Entonces, ¿para qué sirve el muro?
La gran mayoría de los inmigrantes indocumentados en Estados Unidos no llega por la frontera sur, que no obstante se pinta como el escenario principal del ingreso de gente, sobre todo de América Latina. Las dos terceras partes de los inmigrantes indocumentados en realidad han aterrizado legalmente en aeropuertos y violado el plazo de sus visas, como cuenta Marie Arana en Latinoland. Por cada persona capturada en la frontera sur, otras 30 dejaron que sus visas vencieran.