La historia engrandece a los equipos, pero también es capaz de jibarizar a clubes que no lograron pasarle la cuenta a tiempo. El Nápoles, leyenda del fútbol, club ciclotímico por naturaleza y orgullo del sur de Italia ante la arrogancia industrial del norte, fue condenado 33 años y tres días a ese cruel destino. Habían pasado ya más de tres décadas desde que un argentino bajito y genial condujo al club hacia el segundo scudetto en un capítulo inigualable de su historia. Pero, desde entonces, solo hubo problemas, crisis, derrotas y una quiebra que estuvo a punto de enterrarlo para siempre. Fue así hasta 2004, cuando lo compró el productor de cine Aurelio de Laurentiis, cambió el destino de un club atrapado por su pasado y terminó este jueves pasando página de una historia escrita con sangre por Diego Armando Maradona, patrón oficioso de la ciudad, con permiso de San Gennaro.
El Nápoles ingresa también en el selecto club de equipos que lograron el scudetto cinco jornadas antes del final de la liga, una marca que refleja una superioridad con varios padres. Pero la gestión de De Laurentiis ha sido clave. Aconsejado por su director deportivo, Cristiano Giuntoli, logró acertar el momento en el que había que vender a estrellas. Salieron sin la aprobación de los aficionados leyendas como Insigne, Mertens o Koulibaly. Y fueron sustituidos, eso fue lo bueno, por prodigios totalmente desconocidos como el nigeriano Victor Osimhen (procedente del Lille), el extraordinario extremo georgiano Khvicha Kvaratskhelia (fichado del Dinamo Batumi), o el robusto central coreano Kim Min-jae (llegado del Fenerbahçe).
El torneo estaba decidido desde hacía tiempo. Pero nadie se atrevía a celebrarlo o ni siquiera a mencionarlo. Hasta el último capítulo de la gesta, escrito con la victoria contra la Juventus en su campo hace dos jornadas. Ahí se dio por liquidada la omertà supersticiosa que había durado una decena de jornadas, mientras los tenderos de Quarteri Spagnoli y los vendedores de pesebres de la vía San Gregorio Armeno sonreían cómplices cuando se les preguntaba por lo que estaba a punto de vivir la ciudad 33 años después. El silencio, y de eso sabe un rato este lugar, se había impuesto esta vez sin amenazas. Llegados a ese punto, cabía solo encomendarse a la canción del cantautor Pino Daniele, tótem napolitano: “Tu dimmi quando, quando”.
Nápoles, a excepción de Colonia, es la única ciudad europea de más de un millón de habitantes que no divide su amor en más de un equipo. El derbi, contaba Angelo Caretonuto, ha sido la única calamidad fratricida que el cielo le ha ahorrado a sus vecinos, que incluso discutían estos días entre barrios para dilucidar quién era mejor aficionado. La pasión de los tifosi -y la paciencia- sí ha sido esta vez comparable a la superioridad del club en el torneo. También este jueves. “Hoy sí. Se acabó. Hemos esperado demasiado”, anunciaba Marcello Trotta, fan del Nápoles una hora antes de que el resultado le diera la razón en la plaza del barrio popular de Sanità. En la vía de Toledo, un coche fúnebre se abría paso con un ataúd dentro. Menudo día para morirse.
La ciudad explotó a partir de las 22.30. El cielo desató una lluvia de fuegos artificiales nunca vista y las calles se inundaron de fiestas. Sentado en un bolardo de una travesía del barrio de Sanità, un padre abrazaba a su hijo entre lágrimas. “Lo hemos conseguido, hemos hecho historia. Te quiero”. Imposible disimular la emoción. Ni las lágrimas propias. Unos metros más abajo, el humor azul de las bengalas apenas permitía ver más allá de algunos metros en las calles del barrio donde nacio el cómico Totó. Una ciudad entera, con un modo de vivir y festejar únicos, desaparecida bajo la pólvora.
El triunfo del Nápoles es inapelable. Pero es cierto también que no ha tenido grandes rivales en Italia este año. La Juve estaba completamente rota. Todavía más, después de la sanción de 15 puntos que le impuso la Federación Italiana por un presunto fraude contable (luego los recuperó). Pero el resto de equipos tampoco dieron esta temporada su mejor versión. La Lazio, el segundo clasificado, se encontraba este miércoles antes de disputar el partido contra el Sassuolo a 18 puntos. Y el Inter, campeón del scudetto hace dos años, a 20 (es el cuarto clasificado).
Nápoles a veces podría ser una provincia más de Argentina, también en lo futbolístico. Al menos desde que en 1984 el Barcelona decidió venderle al club que entonces presidía el ingeniero –y viejo zorro– Corrado Ferlaino a un genio que fue incapaz de dominar. El pasado diciembre, cuando Argentina logró levantar su tercer Mundial en Qatar y perder también el miedo a los fantasmas de su historia, la ciudad se lanzó a un ensayo general de lo que supondría este momento. Al fin y al cabo, el convidado de honor iba a ser el mismo: Diego Armando Maradona.
El 11 de mayo de 1987, el día después del primer scudetto que levantó el Napoli, los tifosi colocaron en el cementerio de Poggioreale una pancarta que rezaba: “No sabéis lo que os habéis perdido”. El jueves a las 22.30, 34 años después, la ciudad le pasó por fin la cuenta a aquel pasado. El pitido final en la fría Udine desató el caos para que el sismógrafo que descifra el humor del Vesubio registrase los más parecido a una erupción que se vivió aquí en las últimas décadas. “Ricomincio da tre” (Empezamos de tres), rezaba el título de la película de Massimo Troisi, interpretada casi todo el tiempo en dialecto napolitano y convertida ahora en el estribillo callejero de este scudetto. Justo, también, lo que podrá hacer el equipo ahora con su enrevesada historia.